Por Pablo Díaz
Sobre la mesa, una taza. Un muñeco de fieltro sentado en el mantel sostiene una pistola. Apunta a la taza. Entre los pliegues de lana, esparcidos como hormigas, hay granos de café. Nada se mueve. Nada quiere moverse.
Julián está sentado junto a la escena. Mira al espejo que tiene enfrente. Quieto como una estatua. No habla. Sólo se mira. Sabe que con cautela, a través del espejo, podría ver el muñeco que tiene detrás pero prefiere no hacerlo. Así son las cosas cuando juega el poder. Así, denso, es el silencio que precede a un duelo.
Alguien entra en la habitación. Es una mujer. Mira a Julián con desprecio.
¡Qué coño haces ahí sentado, vago! Con todo lo que hay que recoger. Es que... ¡Es que está la casa patas arriba!
Julián no la ve, no la escucha. Sigue sentado observándose en el espejo.
¿Estás tonto o qué te pasa? ¡Escúchame cuando te hablo! Además estoy muy enfadada contigo. Lo que le dijiste ayer a mi madre no tiene nombre. Ella que ha sido tan buena con nosotros... Deberías estar agradecido y no pensar sólo en ti, imbécil. Pero... ¿Quieres dejar de mirarte y escucharme?
Julián no pestañea. Ajeno por primera vez al discurso de ella permanece inmóvil, como el muñeco.
¡Qué desastre! ¡Todo por el suelo! ¿Esto es lo que te enseñó tu madre? La mujer se agacha y empieza a recoger objetos de poco interés. Objetos estúpidos. Objetos muertos.
Mira que desastre, las tacitas de porcelana china aquí en el suelo. ¡Nos las regaló mi madre para nuestro aniversario, ingrato!- la mujer empieza a berrear. ¿Es que todo te importa una mierda, verdad? Está bien - baja un poco el tono de voz. Está bien. Tú sigue mirándote en ese asqueroso espejo a ver si de una vez lo traspasas y te quedas allí para siempre, no perderemos mucho. No vales nada ni en la cama ni fuera de ella. No perderemos mucho si te quedas en ese maldito mundo invertido. Venga, ¿a qué esperas? Te gustaría escaparte ¿eh? Te gustaría perderme de vista ¿A que sí? Pues por mí puedes hacerlo. Vete. ¡Vete cabrón! Pero antes vas a hacer una cosa por mí. Sí. Vas a vestirte con el traje que te regaló mi madre, ese traje de mi padre, y vas a ir a pedirle perdón. Es lo mínimo que puedes hacer ¿Me entiendes ahora? ¿Me quieres escuchar? ¡Respóndeme!
La mujer grita fuera de sí. Desesperada le agarra el brazo. En ese momento Julián mira el muñeco, dos tréboles de color naranja parecen verlo todo. Aquel cañón metálico, desproporcionadamente largo, apunta ahora hacia ella. Julián gira ligeramente el cuello y mira a su esposa. Estás muerta, le dice. Entonces una bala abandona el metal y perfora el cerebro de la mujer. Ella aguanta en pie unos instantes, con la mirada fija en las pupilas de él y se desploma. Julián espera unos segundos. Hunde su mano en un bolsillo y extrae un fajo de billetes. Los deja sobre la mesa sin contarlos y sale de la habitación. Cierra la puerta y espera. Suena un golpe. La pistola ha caído al suelo.
domingo, 17 de agosto de 2008
El muñeco de fieltro
Publicado por Klaus y Klaus en 12:01
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