viernes, 24 de octubre de 2008

Cuento

Por M.

El perro se esconde en la caja del individuo que subsana sus antecedentes. ¿Será el dolor? Cris, cras, cris, cras… ¿Será el será? Chas, chas, chas, chas… En el purrumpurrum los arcanos se felicitan por su suerte y optan por gruñir. Gruñe, gruñe… Griña, griña… A la tormenta no le hace gracia y comienza el derramamiento de sangre. Chas, chas, chas, chas… A ten als hidomini pecatore mesabé tanto losmatematikalebnefía dejaloestarnomerecelapena akimaten duja kakek. Tiro, tiro, dice el perro mientras suena el flop, flop. Dame la mano María, que tengo miedo. Llueve demasiado. A las tres menos cuarto se suspende la búsqueda y salen los gatos. Uff.. carnefresca, carnefrecas, carnecafres. Muerte, viuda, muerte, vida Taro, taro, taro, taro, taro, taro…. Come deprisa que viene el viento. Corre, corre, se oye el zum, turrum, turuntuntún, putum, murum, cacum. ¿Cacum? Llama a la policía, habrá tragedia. Carnecarnecarnecarnecarnecanespanesdonessonessesosbesos. ¿Y tú? A las 10 se reanuda la búsqueda. Tiro, tiro, dice el perro. Blom, blom, blom, blom aúlla la muchedumbre. ¿Blom? Habrá tragedia, edia, edia, edia… Los gatos devoran la carne. Carnecarnecarnecarnecarnecanespanesdonessonessesosbesos. Ags, ags, ags, ags, ags, ags, ags, ags, ags, ags. Todo se acaba, hasta la miseria. As tas akmas jaueb duja. Preguntasitienesdudastienessipreguntas. Il matin celeb talen. Ah. A tres metros de ti, María, el odio reconduce su presencia. María, maría, aría, ría, ía, a… Corre, corre, absolucioncaníbal, velociraptoración, murmuranionestacionariosdelavaymiel. Demasiada sangre en la carretera y en los pomos de la puerta. Pusilánime. Cabrón. Plos, plos, plos, plos. Los pies me duelen de tanto andar, nadar, radar, arar. Es raro el plam, plam. Canta, perro, canta. Alalalalalalalaaalalalalaaaallalallallaaaaalalalalalaalalalallallalaalaalalalalaal. No se oye. Alalalalalalalaaalalalalaaaalaalaldameunbesoyotroyotroyotroalalalaalalalallallalaalaalalalalaal. No se oye. Alalalalaaaallalallaldimequemequieressiasilosienteslaaaaalalalalalaalalalallallalaalaalalalalaal. Subrayo lo ocurrido, pero que no siente precedente, ente, ente, ente, apostilló la calavera hecha carne. Clac, clac, clac… Dame la mano, María, que tengo miedo. Deja de llover. Cli, clo, cli, clo, cli, clo. Acuchíllame, cuchíllame, uchílllame, chíllame, íllame, llame, lame, lame, lame, lámeme… Silencio. Sigo buscando, sigue buscando. Árboles, hojas, casas, cadáveres con la boca abierta. ¿Dónde está el misterio? El individuo huye a la ciudad. En el ourirtumaxiten de tu inteligencia, la sal no es necesaria. Demasiada comida. Akimaten hidomini tore aicnegiletni pasitivi pecatore als. Dolor. Door. Dor. Do.

Tiro, tiro, dice el perro. El perro ha muerto. Subrayo lo ocurrido. La caja está rota.

domingo, 12 de octubre de 2008

César Velasco - La costra láctea

Hay lamentos en las entrañas del pez...

sábado, 11 de octubre de 2008

Richard Kern - X is Y

Aprieta el gatillo...

miércoles, 1 de octubre de 2008

Narcisa Hirsch - El Aleph

Vi el inconcebible universo...

sábado, 27 de septiembre de 2008

Stan Brakhage - Water for Maya


Agua...

domingo, 17 de agosto de 2008

El muñeco de fieltro

Por Pablo Díaz

Sobre la mesa, una taza. Un muñeco de fieltro sentado en el mantel sostiene una pistola. Apunta a la taza. Entre los pliegues de lana, esparcidos como hormigas, hay granos de café. Nada se mueve. Nada quiere moverse.
Julián está sentado junto a la escena. Mira al espejo que tiene enfrente. Quieto como una estatua. No habla. Sólo se mira. Sabe que con cautela, a través del espejo, podría ver el muñeco que tiene detrás pero prefiere no hacerlo. Así son las cosas cuando juega el poder. Así, denso, es el silencio que precede a un duelo.
Alguien entra en la habitación. Es una mujer. Mira a Julián con desprecio.
¡Qué coño haces ahí sentado, vago! Con todo lo que hay que recoger. Es que... ¡Es que está la casa patas arriba!
Julián no la ve, no la escucha. Sigue sentado observándose en el espejo.
¿Estás tonto o qué te pasa? ¡Escúchame cuando te hablo! Además estoy muy enfadada contigo. Lo que le dijiste ayer a mi madre no tiene nombre. Ella que ha sido tan buena con nosotros... Deberías estar agradecido y no pensar sólo en ti, imbécil. Pero... ¿Quieres dejar de mirarte y escucharme?
Julián no pestañea. Ajeno por primera vez al discurso de ella permanece inmóvil, como el muñeco.
¡Qué desastre! ¡Todo por el suelo! ¿Esto es lo que te enseñó tu madre? La mujer se agacha y empieza a recoger objetos de poco interés. Objetos estúpidos. Objetos muertos.
Mira que desastre, las tacitas de porcelana china aquí en el suelo. ¡Nos las regaló mi madre para nuestro aniversario, ingrato!- la mujer empieza a berrear. ¿Es que todo te importa una mierda, verdad? Está bien - baja un poco el tono de voz. Está bien. Tú sigue mirándote en ese asqueroso espejo a ver si de una vez lo traspasas y te quedas allí para siempre, no perderemos mucho. No vales nada ni en la cama ni fuera de ella. No perderemos mucho si te quedas en ese maldito mundo invertido. Venga, ¿a qué esperas? Te gustaría escaparte ¿eh? Te gustaría perderme de vista ¿A que sí? Pues por mí puedes hacerlo. Vete. ¡Vete cabrón! Pero antes vas a hacer una cosa por mí. Sí. Vas a vestirte con el traje que te regaló mi madre, ese traje de mi padre, y vas a ir a pedirle perdón. Es lo mínimo que puedes hacer ¿Me entiendes ahora? ¿Me quieres escuchar? ¡Respóndeme!
La mujer grita fuera de sí. Desesperada le agarra el brazo. En ese momento Julián mira el muñeco, dos tréboles de color naranja parecen verlo todo. Aquel cañón metálico, desproporcionadamente largo, apunta ahora hacia ella. Julián gira ligeramente el cuello y mira a su esposa. Estás muerta, le dice. Entonces una bala abandona el metal y perfora el cerebro de la mujer. Ella aguanta en pie unos instantes, con la mirada fija en las pupilas de él y se desploma. Julián espera unos segundos. Hunde su mano en un bolsillo y extrae un fajo de billetes. Los deja sobre la mesa sin contarlos y sale de la habitación. Cierra la puerta y espera. Suena un golpe. La pistola ha caído al suelo.

viernes, 15 de agosto de 2008

Los Golfos - ¿Qué pasa contigo, tío?

Conmigo qué va a pasar...

domingo, 3 de agosto de 2008

Shoot 'Em Up

He aquí un hombre y una mujer...

viernes, 25 de julio de 2008

Monella

Necesito una bicicleta...

martes, 15 de julio de 2008

Un uomo da rispettare

Hoy necesitamos velocidad.

viernes, 27 de junio de 2008

Número Privado

Por Tomás Lobo

Otra vez en casa. Siempre desordenada, sucia, con ese olor a cerrado que te quita las fuerzas de abrir las ventanas. Me meto los dedos y vomito en el váter la borrachera de hoy, de ayer y de antesdeayer. Abrazado al inodoro, escucho el móvil. Que le follen. No es momento. Ya llamaré luego. En el espejo veo rasgos de mí, recortados entre las manchas de pasta de dientes, difuminados entre las gotas de cal. El pelo me ha crecido demasiado. La barba también. Los ojos parecen sombras de tiza gris, abrumados por haber pasado demasiado tiempo solos. Tengo la boca pastosa y suena música en el piso de al lado. Ojalá estuviera muerto.
Número privado. Es la única señal que me ha dejado la llamada perdida. ¿Quién será? ¿Mi madre? ¿Mi ex novia? ¿Carlos? Escucho el mensaje: “Tiene un mensaje nuevo. Mensaje de hoy a las tres quince. No soy tu madre, ni tu ex, ni Carlos. Sabes que hace ya tiempo que no te llaman. Te odian. La próxima vez que llame, coge el teléfono, imbécil. Fin del mensaje”. Cuelgo el móvil y lo tiro sobre la cama. ¿Qué cojones…? ¿Quién hostias era…? Debía de ser una broma. No sabría decir si era una voz de hombre o de mujer, parecía metálica, como si fuera de un contestador automático. Número privado, número privado… Será Paco, el del trabajo, que querrá gastarme una broma. Sí, seguro, será una broma. Enciendo un cigarrillo. Mi madre no me odia. Hace dos años que no hablamos, pero no me odia. Una madre nunca odiaría a su hijo. Mi ex, igual, pero una madre no hace eso. A Carlos, que le jodan. Un amigo debería perdonarlo todo. Si no, no es un amigo. Me sirvo una copa. Suena el móvil. Número privado.

-¿Sí?
-Así me gusta, no debes hacerme esperar. Que sea la última vez que no me coges el teléfono.
-¿Quién es…?
-Eso a ti no te importa. Pero para tu tranquilidad, no soy Paco. Hace ya año y medio que te despidió, imbécil, y ni siquiera se acuerda de tu nombre.
-¿Pero tú qué sabes de mí?
-Lo sé todo.
-¿Quién eres…?
-¿Por qué repites la misma pregunta todo el tiempo? ¿No te he dicho que eso a ti no te importa?
-Que te jodan…

Cuelgo el móvil. ¿Qué es esto? He bebido demasiado. Eso será. Estoy alucinando. Debo descansar un poco. Me tiro en la cama y me enciendo otro cigarrillo. Será una paranoia, seguro. Desde que perdí el empleo, bebo sin parar. Los del piso de al lado han apagado la música y a mí me sigue zumbando la cabeza. Suena el móvil. Número privado.

-¿Qué?
-Menos mal que ya no hay música. Podemos hablar con más tranquilidad.
-Esto es una locura...
-Ya empiezas con las estupideces. Siempre negando lo que te pasa, incapaz de asumir tus culpas. De niño ya eras así. Cobarde, miserable, el niño que pegaba al tonto de la clase pero que era incapaz de encararse a los más fuertes. Un mierda. Siempre has sido un mierda...
-Qué dices…
-Digo la verdad. Y, por favor, deja de rascarte la cabeza cuando te hablo. Me pones nervioso.
-¿Cómo sabes que me estoy rascando la cabeza? ¿Me has puesto cámaras?
-Siempre haciendo preguntas idiotas. Siempre esa falta de creatividad. Por eso te echaron del trabajo, porque eras incapaz de hacer nada, de superarte, de mejorar. Eras un miserable. Por favor, no mires a través de la ventana. No podría espiarte desde el piso de enfrente. Tienes las cortinas echadas.
-¿Dónde estás?
-Otra vez preguntando. Eso carece de importancia. Escúchame y deja de decir tonterías.

Cuelgo de nuevo. Miro el origen de la llamada. Número privado. Esto no es una paranoia. Esto es real. ¿Quién es ese cabrón? Estoy sudando, pero tengo frío. Yo era creativo. Siempre lo fui. Al menos lo era al principio. Y nunca pegué a los niños del colegio. Creo que no. En el baño no hay nadie, ni en la cocina. Suena el móvil. Número privado.

-Sí…
-Veo que sigues engañándote. Yo era creativo, yo no pegaba a los niños… Siempre engañándote. Siempre un cobarde.
-¿Cómo sabes lo que estaba pensando?
-Siempre con preguntas, siempre con preguntas, siempre dando rodeos para no asumir lo que eres. Pero a lo que iba. Hace unos minutos querías morir.
-Yo no quiero morir.
-Sí que quieres morir. Lo has pensado. Lo que tienes que hacer es asumir que ya eres un cadáver, que tu vida no vale ni un segundo más de esfuerzo, que eres un fracaso, que no tienes a nadie. Mírate. No vales nada. Eres demasiado cobarde para darte cuenta rápido, pero es necesario que te apresures, que tengo otras cosas que hacer.
-Yo no soy un cobarde…
-Sí lo eres. ¿Qué haces detrás de las cortinas? ¿No ves que te puedo disparar desde el piso de al lado? ¿Y ahora por qué corres hacia el armario? No te metas en el armario, imbécil.

Me echo a llorar. El armario está lleno de ropa sucia. Las lágrimas se mezclan con el sudor y me escuecen los ojos. ¿Soy un fracasado? Sí, lo soy. Estoy solo, no tengo dinero y tengo un loco que me quiere matar. Pues que me mate. Me importa una mierda. No puedo respirar bien en el armario. Tengo el teléfono entre las manos y él está ahí. Lo acerco a mi oído.

-Sal del armario. Eres como tu madre. Bueno, eres peor que tu madre. Ella fue más valiente, cuando se tiró a las vías del tren fue más decidida. También ella tenía motivos para morir. Odiaba a su hijo…
-¿Mi madre? ¿Muerta?
-Sí, muerta, sí… Todo lo preguntas, todo lo repites. Nunca buscas una solución, una salida. Estás en un armario… ¿No te das cuenta de que eres patético?
-¿Mi madre muerta?
-Sí, tu madre. Pero no sientas pena. Te odiaba y tú sabes por qué. Así que no llores lo que no sientes.
-¿Quién eres tú?

De repente, corta la comunicación. Bebo un trago. Miró a través de la ventana y no veo luces en el piso de enfrente. No quiero dormir porque no quiero despertar. Maldita sea. Mañana me levantaré, desayunaré y me tomaré la copa. Después me tomaré otra. Me arrastraré hasta la noche para abrazarme al váter y arrojar mis entrañas por las cañerías, hasta estar vacío. Se me caerán los ojos. Me abrazaré y esperaré no despertar nunca. Pero abriré los párpados aplastados por el sol. Y volveré a empezar, a caminar por el bordillo de la acera hasta la alcantarilla, a esperar que una caída me deje seco. Pero no me dejará seco. Suena el móvil. Número privado.

-¿Qué debo hacer?
-Abre el cajón de tu mesilla.

Obedezco. Hay una pistola. Las lágrimas me escuecen cuando me meto el cañón en la boca. No soy un cobarde.

domingo, 15 de junio de 2008

Pantaleimon – We Love

Nosotros también amamos...

domingo, 8 de junio de 2008

Los Planetas - Alegrías del incendio

¡¡¡A jugar!!!

viernes, 30 de mayo de 2008

Edwin Moses - All the way to get by

Cuántas chicas guapas...

sábado, 24 de mayo de 2008

Blonde Redhead - My Impure Hair


Bonita ciudad...

domingo, 11 de mayo de 2008

Ni siquiera por la Magdalena

Por Sonia Fides

Desde que conocí a Nacho, bueno conocer, conocer, no nos conocemos de manera formal, hemos coincidido un par de veces en el ascensor (siempre los martes), así que lo mejor sería decir que desde que mi suelo es el techo de Nacho, los adjetivos atípico y raro se entremezclan con una asiduidad casi sospechosa. Tanto que esta misma mañana, me he visto obligado, por una especie de desasosiego incontrolado, a ir al diccionario para cotejar lo que acerca y aleja a estos adjetivos de mi vecino de abajo.
Todas las definiciones lejos de aproximarme a mi objetivo de saber etiquetar correctamente al desconocido Nacho, me confunden aún más. Así que de momento me quedaré con la más coloquial de las acepciones que he podido leer en el insigne libro y diré que Nacho es un bicho raro, o persona que se sale de lo común por su comportamiento.
Quien pueda llegar a leer esto, pensará que el raro o atípico soy más bien yo, porque interesarse por un tipo que en cualquier momento podría sorprender al vecindario convirtiéndose en el Gregorio Samsa del siglo XXI, es cuanto menos extraño, pero es harto conocido que todos llevamos un cotilla y un detective frustrado dentro y que conste que no lo digo para tratar de justificarme, porque esta obsesión está muy lejos de tener justificación alguna.
Por las veces que hemos coincidido Nacho, el misterioso, y yo, podría casi certificar que somos contemporáneos, año arriba, año abajo. Hijos del 74. Es relativamente alto, alrededor de un metro ochenta, delgado como un junco y tiene el pelo largo, fosco y castaño claro, siempre lleva gafas, aunque afuera esté ya casi anocheciendo. Nuestros encuentros siempre se producen a la misma hora, las 6.30 p.m. Así que no sé de qué color tiene los ojos, si es que los tiene, o si esas gafas son las que nos libran a los demás mortales de la visión poco placentera de unas cavidades oculares vacías. Nunca va demasiado abrigado, tal vez sea porque cuando sale, en la puerta siempre está esperándole un coche negro, una berlina con los cristales tintados y matricula roja. O tal vez es un descendiente de alguna tribu del Ártico y sus genes están acostumbrados a las temperaturas inclementes, aunque llamándose Nacho, es altamente improbable. Dirán ustedes que si nunca hemos intercambiado una palabra cómo sé su nombre. Pues es sencillo, ya les he dicho que desde hace algunos meses se ha colado en mi cuerpo una mala versión de Agatha Christie y que no puedo evitar buscar pistas y más pistas acerca de mi vecino de abajo. Así que, a los dos días de llegar al inmueble, me sorprendí bajando las escaleras sigilosamente hasta deslizarme el descansillo donde está instalado el enjambre de buzones y, ahí estaba, la ranura que precedía a este nombre, Ignacio Huertas Argent. El nombre no me dio ninguna pista así que debía estar más al tanto, buscar en otros lugares. Tal es la obsesión que me provocaba la falta de pistas que alguna noche soñé que mi curiosidad, altamente tóxica en el sueño, me llevaba a ser detenido por acoso y allanamiento de morada. De momento estoy a salvo, trato de llevar mi obsesión con toda la elegancia que puedo y de momento sigo indagando desde fuera. Me he convertido en una especie de José Luis López Vázquez en temporada alta, y me paso el día con la oreja pegada a un interminable vaso de whisky tratando de atar cabos, pero no hay manera, entre el suelo, el vaso y yo se ha establecido un irritante triángulo de silencio, un triángulo equilátero, lo que es espantoso, porque el silencio en proporciones exactas le hace bastante la puñeta a este fisgón en el que me he convertido.
Bueno, recapitulemos. Nacho no sale a la calle excepto los martes a la 6.30 p.m. No sabemos si tiene ojos o no, si es un asesino a sueldo que no ve la televisión, ni escucha la radio, ni tiene vida social ni nada por el estilo y que se dedica a hacer deporte debajo de mis pies para ser invencible cuando los malos descubran que él es el temido “Jaguar”. Demasiadas tonterías. Seamos serios, Rafael, tú eres un tipo listo, con recursos, así que, en lugar de sacar conclusiones descabelladas, ponte las pilas y piensa, fundamentalmente piensa. Aunque es complicado pensar en las vidas ajenas sin ninguna pista que nos alimente. El timbre de la puerta de Nacho nunca suena, en cambio el cerrojo se abre tres veces al día. Una a las 8 de la mañana, otra a las dos de la tarde y otra a las 20.00 horas ¡ya lo tengo! Puede que sea el testigo protegido de una investigación que pondrá patas arriba a este país. No puede ser, en su puerta o en algún lugar del inmueble tendría que haber policías aunque fueran de paisano y no, no hay ni el gato en su puerta. En esos tres momentos del día llega siempre un muchacho enfundado en un mono cuya tela emula la de un traje ignífugo y le entrega algo que parece una bandeja, pudiera ser que la solución fuera tan sencilla como que el tipo en cuestión resultara ser un fanático de Michael Jackson y tuviera miedo a ser contagiado por cualquier tipo de enfermedad. Creo que esta paranoia me va a costar cara, cuántas tonterías juntas en tan breve espacio de tiempo. Bueno sigamos pensando aunque se me acaban las ideas, así que iré a dar una vuelta por el parque. A ver que me pongo, tal vez si adopto la fisonomía de un detective llegue la solución, a ver, a ver cómo iría vestido un detective en esta época, porque si adopto el look de Bogart, me detienen fijo porque se piensa que soy un exhibicionista, a estas horas el parque está cuajadito de mamás y niños recién salidos del colegio, hace un sol radiante, así que ¿qué pintaría allí un tipo con gabardina y sombrero borsalino? Pues nada, así que deja de hacer el tonto y ponte serio, pasa del vecino. Que no hay ruidos en su casa, pues mejor que mejor. De todas formas saldré a despejarme un poco.
Suena el cerrojo de la puerta de Nacho, pero no son ni las ocho de la mañana, ni las dos de la tarde ni las ocho de la noche, tampoco es martes. No puedo resistir, salgo corriendo. No creo que se acuerde de mí, tal vez podría seguirle. Me visto rápido, unos vaqueros, una camiseta y jersey de punto y a correr, Rafael. Cuando salgo a la calle ya no hay rastro de Nacho, miro a ambos lados y no hay nada, ni vecino, ni coche negro con cristales tintados. Bueno hay que saber perder aunque sea jugando a los cotillas. Pero estoy un poco raro. Suena mi teléfono, quién será ahora, no me apetece hablar por teléfono después de este fracaso. Mira la pantalla y es Macarena, he recuperado las ganas de hablar por teléfono.
-Sí, guapa dime, ¿cómo te va?—le digo sin el entusiasmo acostumbrado.
-Bien, te llamaba porque mi amiga Laura me ha dado dos entradas para el estreno de una obra de teatro vanguardista que preestrenan hoy para la prensa y que tiene buenísima pinta ¿Te apuntas?—¿quién le diría que no a la reina Macarena?
-Claro, paso a buscarte cuando me digas.
-No paso a buscarte yo, que estoy cerca de tu casa, dame cinco minutos y allí estaré.
Antes de que me de cuenta el coche de Macarena para a mi altura, subo, nos besamos y ella se pone a hablar como siempre.
-Pues yo creo que nos va a encantar, la obra por lo visto es una recreación de la noche en que Jesús de Nazaret va a morir, pero nada que ver con la historia de la Biblia, este Jesús es un tipo que conduce una Triumph de gran cilindrada y lleva cazadora de cuero y al que sus amigos le han pagado una noche con María Magdalena, cuando él la ve, se enamora perdidamente de ella, mira al cielo y le dice a su padre: “Lo siento, Padre, pero ni siquiera por La Magdalena”Es de una dramaturga muy joven y muy arriesgada, a mi fascina.
Mientras la escucho hablar, pienso que ya me ha destripado la función, pero todo sea por el amor.
Llegamos al teatro. Nos sentamos mientras un tipo con pinta estrafalaria nos entrega un dossier, perolas luces se apagan y no me da tiempo a ver nada más que la portada y el título de la obra “Ni siquiera por La Magdalena”. Enseguida escuchamos el rugido de una potente moto entrando en el escenario, al fondo un decorado con la entrada al portal de una casa de lujo. Sobre la Triumph, Nacho, con su cazadora de cuero negro y sus inseparables gafas de piloto que tantas veces me hicieron pensar en cosas extrañas en ese maldito ascensor que ha sido el culpable de todo. A partir de ahora subiré por las escaleras, que es buenísimo para el corazón y para la salud mental.

viernes, 9 de mayo de 2008

Sin sostén

Lo que no solucionen un buen par de tetas...

martes, 6 de mayo de 2008

Parenthese

Hoy quiero volver a ser niño...

miércoles, 30 de abril de 2008

Guernica

Picasso, mon amour...

lunes, 21 de abril de 2008

Sonata

Acércate, no tengas miedo... (Vía Miel para el Asno).

viernes, 11 de abril de 2008

Cuentan algunos

Por Azzunena


Cuentan algunos que hace muchos, muchísimos años, Eudor, un apuesto joven griego salió a pasear por el bosque. El sol, brillando entre los árboles, iluminaba la espléndida mañana. Absorto con el canto de los pájaros y el vuelo de las mariposas, Eudor anduvo y anduvo sin darse cuenta de que abandonaba la arboleda. Continuó caminando mucho tiempo: recorrió prados, cruzó ríos, descendió un valle y escaló un monte. Al llegar a la cima se detuvo por fin, maravillado por lo que estaba viendo. Tuvo que frotarse los ojos para comprobar que no se trataba de un espejismo: las nueve mujeres más hermosas que jamás hubiera podido imaginar se encontraban allí, juntas, en lo alto de aquella montaña. Por un instante todos se miraron mutuamente con sorpresa, pero en seguida una de ellas rompió el silencio.

-¿Quién eres?

-Soy Eudor. ¿Y vosotras?

-Yo soy Calíope, musa de la Elocuencia, y ellas son mis ocho hermanas, todas musas de una o varias artes. Vivimos aquí, en el monte Parnaso, gozando de comodidades y entretenimientos, pero estamos solas. Por las noches, bajo la luz de la luna, ansiamos ser acariciadas por un hombre que nos ame, y, sobre todo, anhelamos tener un bebé al que arrullar en nuestros brazos. Tú puedes ayudarnos. ¿Deseas quedarte en nuestra morada y hacernos compañía?

Eudor miró de nuevo a las nueve jóvenes. Todas eran impresionantemente bellas. Imposible rechazar aquella oferta, pero se imaginó a si mismo recorriendo cada noche los nueve lechos y atendiendo durante el día a un sin fin de bebés llorando al unísono. Se agotó sólo de pensarlo. Entonces decidió establecer una condición.

-De acuerdo, acepto, pero seré esposo y daré hijos solamente a una de vosotras.

Las musas se removieron inquietas murmurando entre ellas. Quién sería la elegida, la afortunada que disfrutaría del calor de aquel hombre y realizaría su sueño de ser madre? Eudor tampoco sabía por cuál decidirse. Las nueve jóvenes, cada vez más nerviosas, alborotaban gesticulando en pequeños grupos. Finalmente Eudor anunció su decisión:

-Propondré varias pruebas eliminatorias; aquella de vosotras que logre superarlas todas será mi esposa.

Las nueve hermanas, juguetonas, aceptaron divertidas el reto; el concurso comenzó.
Clío, musa de la Historia, fue descalificada en la prueba de inventar cuentos de hadas; Melpomene, musa del Teatro, fracasó en la de responder con absoluta sinceridad a un interrogatorio personal; Talía, musa de la Comedia, no pudo permanecer seria ni la mitad del tiempo exigido...Y así, una a una, las candidatas vieron esfumarse las posibilidades de cumplir sus sueños. Todas menos dos. Erato, musa de la Poesía y Euterpe, musa de la Música, superaban con éxito todas las pruebas. Eudor les pidió que sonriesen con dulzura, que le hiciesen masajes relajantes, que cocinasen para él platos exóticos…Las dos resolvían las situaciones con idéntico lucimiento.

Al cabo de varias semanas de continuo examen, las dos musas estaban agotadas y Eudor seguía sin decidirse. Una mañana ambas hermanas se retiraron a conversar sobre el asunto. Un rato más tarde se presentaron ante el joven y le expusieron su resolución.

-Estamos muy satisfechas de haber llegado hasta aquí en este duro proceso, pero ya no resistimos más la tensión ni el esfuerzo. Hemos pedido permiso a nuestro padre Zeus para hacer algo por primera y última vez en la historia: vamos a tener un hijo entre las dos, que será nuestro y de nadie más. Tú, Eudor, puedes volver a tu mundo de hombres, nosotras ya no te necesitamos, ni a ti ni a tus abusos.

Eudor se vio obligado a abandonar el monte Parnaso y sus deleites. Erato y Euterpe fueron madres de un niño precioso, de temperamento variable (triste o dicharachero, dinámico o parsimonioso…) que fue siempre bien recibido en todos los lugares de la tierra y al cual ellas trasmitieron lo mejor de sí mismas. Las musas de la Poesía y de la Música pusieron por nombre a su hijo Canción.

domingo, 23 de marzo de 2008

Ectype's End

Buscamos flores en este mundo de autómatas.

viernes, 7 de marzo de 2008

Jane Lloyd


¿Será esta la niña de Rajoy?

miércoles, 27 de febrero de 2008

Pene (otra historia de amor)

Me estoy mirando la polla con cierta indignación...

viernes, 15 de febrero de 2008

Exaltación de la rutina

Hoy no me quiero despertar...

martes, 5 de febrero de 2008

La mujer poliédrica

Por Tomás Lobo

Hace frío en el garaje y a estas horas casi no pasa nadie. El aparcamiento es pequeño y oscuro y solo quedan tres coches y algunos charcos de barro y grasa. La luz auxiliar parpadea y emite un zumbido claustrofóbico que me obliga a cerrar los ojos para mantener la calma. Me meto el inhalador en la boca y aspiro fuerte. Maldito asma. Apago el móvil. El suelo está helado y se me está durmiendo una pierna. No me puedo mover, no quiero que me vea.


Los tacones suenan como si se afilaran a cada paso, enfurecidos de dolor. Me tapo la boca e intento no respirar, pero no puedo. Giro un poco la cabeza y la descubro junto a la puerta del ascensor, rebuscando en un bolso granate. Coge un paquete de tabaco y un mechero. Se enciende un cigarrillo y deja que el humo le abrace los ángulos de la cara. Mira el relo
j.

Lleva unos zapatos puntiagudos y rojos. Parecen caros. Los tobillos se descubren huesudos, con las dimensiones exactas para sostener unas piernas delgadas y eternas. No lleva medias y el frío le araña las rodillas, que se enrojecen suavemente. La falda oculta sus muslos, que parecen participar de ese juego de círculos en el vacío que solo se detiene cuando la carne se confunde con el cemento. Trago saliva y me doy cuenta de que casi no puedo respirar. Maldito asma. Creo que me va a ver y tengo miedo.


Juguetea con el pitillo. Lo coge con el anular y el meñique y lo balancea con torpeza. Después se lo coloca entre el índice y el pulgar. Se lo lleva a la boca, un trazo de carmín entre el prisma de sus pómulos, y lo acaricia con la punta de la lengua. El humo sale de sus labios y se cuela por la nariz, piramidal y tensa, que aletea ofuscada por la espera. Los ojos, dos esferas de cristal negro, recorren las manchas de aceite del garaje y los perfiles de las paredes sucias, buscando un entretenimiento, mientras los rizos de carbón se derraman por la frente y por la espalda sin saber dónde está el límite.


No se ha dado cuenta de que estoy aquí y cada vez respiro peor. Maldito asma. Me duele la pierna, pero no me voy a mover. Una gota de sudor me resbala por la sien para alojarse en la comisura del oído. Ella se palpa el cuello, un cilindro flexible y blanco que recoge la dulce curvatura de su nuca. Enciende otro cigarrillo. Mira de nuevo el reloj y atraviesa con los ojos el aparcamiento como si detectara una presencia extraña. Me va a descubrir, estoy seguro. Yo me agacho más y me transformo en una bolsa de plástico aplastada junto a un neumático. Aprieto los párpados, pero no puedo dejar de mirar. Ya son las once y cuarto.


Ella pasea en círculos frente a la puerta del ascensor, se detiene, vuelve a caminar. Los tacones suenan cada vez más fuertes mientras el pecho, de voluptuosidad inquieta, se le inflama hasta dibujar los trazos del vientre bajo la blusa gris. Su traje de chaqueta rojo parece un postizo en la geometría de sus líneas, un lienzo de infinitos puntos que estira las formas hasta bosquejar el movimiento de la carne poliédrica. Se agarra las solapas, como si buscara abrigo, y cruza los brazos. Cada vez hace más frío y siento el mareo casi narcótico del que observa sin ser visto.


Gira sobre sí misma y pulsa el botón. Su espalda es la consola de un arpa que recoge el trapecio de sus hombros para lanzarlos sobre la cintura. Así se insinúa como un rombo inmóvil y armónico. Mira de nuevo el reloj y apura el cigarrillo. Las puertas se abren cubriendo de eco el aparcamiento y ella arroja el pitillo al suelo, junto a sus zapatos. Aplasta la colilla con desdén y entra al ascensor. Desaparece despacio, mirando al techo. No me ha visto.


Me meto el inhalador en la boca. Conecto el móvil y pienso en ella, en sus huecos, en sus rectas, en su diáfana circunferencia, en el pentágono de sus párpados. Se hace tarde. Dentro de poco cerrarán el aparcamiento y casi no puedo apoyar la pierna. Son las once y media cuando el teléfono empieza a sonar. Al descolgar, escucho su voz quebrada.


-¿Sí?- respondo.


-He estado media hora esperándote en el parquin. ¿Se puede saber dónde te has metido?- protesta.

-Perdona...


-Es la tercera vez que me dejas plantada.


-Sí, me he retrasado, lo siento, no volverá a pasar…


-Ahora no estoy para excusas. Estoy cansada y te tengo que dejar. Será mejor que no me vuelvas a llamar, te lo pido por favor. Olvídame.

Cuelga. La luz auxiliar se apaga definitivamente. El silencio humedece el garaje y la pierna ya no me duele. El ascensor está tardando mucho en bajar.

miércoles, 30 de enero de 2008

Un amor


He soñado contigo...

lunes, 21 de enero de 2008

Sync


Compro tambores o lo que sea...

miércoles, 16 de enero de 2008

El columpio

Yo también quiero subir al columpio...

martes, 8 de enero de 2008

Apnée

Pillados in fraganti... Clic.