Por Sonia Fides
Desde que conocí a Nacho, bueno conocer, conocer, no nos conocemos de manera formal, hemos coincidido un par de veces en el ascensor (siempre los martes), así que lo mejor sería decir que desde que mi suelo es el techo de Nacho, los adjetivos atípico y raro se entremezclan con una asiduidad casi sospechosa. Tanto que esta misma mañana, me he visto obligado, por una especie de desasosiego incontrolado, a ir al diccionario para cotejar lo que acerca y aleja a estos adjetivos de mi vecino de abajo.
Todas las definiciones lejos de aproximarme a mi objetivo de saber etiquetar correctamente al desconocido Nacho, me confunden aún más. Así que de momento me quedaré con la más coloquial de las acepciones que he podido leer en el insigne libro y diré que Nacho es un bicho raro, o persona que se sale de lo común por su comportamiento.
Quien pueda llegar a leer esto, pensará que el raro o atípico soy más bien yo, porque interesarse por un tipo que en cualquier momento podría sorprender al vecindario convirtiéndose en el Gregorio Samsa del siglo XXI, es cuanto menos extraño, pero es harto conocido que todos llevamos un cotilla y un detective frustrado dentro y que conste que no lo digo para tratar de justificarme, porque esta obsesión está muy lejos de tener justificación alguna.
Por las veces que hemos coincidido Nacho, el misterioso, y yo, podría casi certificar que somos contemporáneos, año arriba, año abajo. Hijos del 74. Es relativamente alto, alrededor de un metro ochenta, delgado como un junco y tiene el pelo largo, fosco y castaño claro, siempre lleva gafas, aunque afuera esté ya casi anocheciendo. Nuestros encuentros siempre se producen a la misma hora, las 6.30 p.m. Así que no sé de qué color tiene los ojos, si es que los tiene, o si esas gafas son las que nos libran a los demás mortales de la visión poco placentera de unas cavidades oculares vacías. Nunca va demasiado abrigado, tal vez sea porque cuando sale, en la puerta siempre está esperándole un coche negro, una berlina con los cristales tintados y matricula roja. O tal vez es un descendiente de alguna tribu del Ártico y sus genes están acostumbrados a las temperaturas inclementes, aunque llamándose Nacho, es altamente improbable. Dirán ustedes que si nunca hemos intercambiado una palabra cómo sé su nombre. Pues es sencillo, ya les he dicho que desde hace algunos meses se ha colado en mi cuerpo una mala versión de Agatha Christie y que no puedo evitar buscar pistas y más pistas acerca de mi vecino de abajo. Así que, a los dos días de llegar al inmueble, me sorprendí bajando las escaleras sigilosamente hasta deslizarme el descansillo donde está instalado el enjambre de buzones y, ahí estaba, la ranura que precedía a este nombre, Ignacio Huertas Argent. El nombre no me dio ninguna pista así que debía estar más al tanto, buscar en otros lugares. Tal es la obsesión que me provocaba la falta de pistas que alguna noche soñé que mi curiosidad, altamente tóxica en el sueño, me llevaba a ser detenido por acoso y allanamiento de morada. De momento estoy a salvo, trato de llevar mi obsesión con toda la elegancia que puedo y de momento sigo indagando desde fuera. Me he convertido en una especie de José Luis López Vázquez en temporada alta, y me paso el día con la oreja pegada a un interminable vaso de whisky tratando de atar cabos, pero no hay manera, entre el suelo, el vaso y yo se ha establecido un irritante triángulo de silencio, un triángulo equilátero, lo que es espantoso, porque el silencio en proporciones exactas le hace bastante la puñeta a este fisgón en el que me he convertido.
Bueno, recapitulemos. Nacho no sale a la calle excepto los martes a la 6.30 p.m. No sabemos si tiene ojos o no, si es un asesino a sueldo que no ve la televisión, ni escucha la radio, ni tiene vida social ni nada por el estilo y que se dedica a hacer deporte debajo de mis pies para ser invencible cuando los malos descubran que él es el temido “Jaguar”. Demasiadas tonterías. Seamos serios, Rafael, tú eres un tipo listo, con recursos, así que, en lugar de sacar conclusiones descabelladas, ponte las pilas y piensa, fundamentalmente piensa. Aunque es complicado pensar en las vidas ajenas sin ninguna pista que nos alimente. El timbre de la puerta de Nacho nunca suena, en cambio el cerrojo se abre tres veces al día. Una a las 8 de la mañana, otra a las dos de la tarde y otra a las 20.00 horas ¡ya lo tengo! Puede que sea el testigo protegido de una investigación que pondrá patas arriba a este país. No puede ser, en su puerta o en algún lugar del inmueble tendría que haber policías aunque fueran de paisano y no, no hay ni el gato en su puerta. En esos tres momentos del día llega siempre un muchacho enfundado en un mono cuya tela emula la de un traje ignífugo y le entrega algo que parece una bandeja, pudiera ser que la solución fuera tan sencilla como que el tipo en cuestión resultara ser un fanático de Michael Jackson y tuviera miedo a ser contagiado por cualquier tipo de enfermedad. Creo que esta paranoia me va a costar cara, cuántas tonterías juntas en tan breve espacio de tiempo. Bueno sigamos pensando aunque se me acaban las ideas, así que iré a dar una vuelta por el parque. A ver que me pongo, tal vez si adopto la fisonomía de un detective llegue la solución, a ver, a ver cómo iría vestido un detective en esta época, porque si adopto el look de Bogart, me detienen fijo porque se piensa que soy un exhibicionista, a estas horas el parque está cuajadito de mamás y niños recién salidos del colegio, hace un sol radiante, así que ¿qué pintaría allí un tipo con gabardina y sombrero borsalino? Pues nada, así que deja de hacer el tonto y ponte serio, pasa del vecino. Que no hay ruidos en su casa, pues mejor que mejor. De todas formas saldré a despejarme un poco.
Suena el cerrojo de la puerta de Nacho, pero no son ni las ocho de la mañana, ni las dos de la tarde ni las ocho de la noche, tampoco es martes. No puedo resistir, salgo corriendo. No creo que se acuerde de mí, tal vez podría seguirle. Me visto rápido, unos vaqueros, una camiseta y jersey de punto y a correr, Rafael. Cuando salgo a la calle ya no hay rastro de Nacho, miro a ambos lados y no hay nada, ni vecino, ni coche negro con cristales tintados. Bueno hay que saber perder aunque sea jugando a los cotillas. Pero estoy un poco raro. Suena mi teléfono, quién será ahora, no me apetece hablar por teléfono después de este fracaso. Mira la pantalla y es Macarena, he recuperado las ganas de hablar por teléfono.
-Sí, guapa dime, ¿cómo te va?—le digo sin el entusiasmo acostumbrado.
-Bien, te llamaba porque mi amiga Laura me ha dado dos entradas para el estreno de una obra de teatro vanguardista que preestrenan hoy para la prensa y que tiene buenísima pinta ¿Te apuntas?—¿quién le diría que no a la reina Macarena?
-Claro, paso a buscarte cuando me digas.
-No paso a buscarte yo, que estoy cerca de tu casa, dame cinco minutos y allí estaré.
Antes de que me de cuenta el coche de Macarena para a mi altura, subo, nos besamos y ella se pone a hablar como siempre.
-Pues yo creo que nos va a encantar, la obra por lo visto es una recreación de la noche en que Jesús de Nazaret va a morir, pero nada que ver con la historia de la Biblia, este Jesús es un tipo que conduce una Triumph de gran cilindrada y lleva cazadora de cuero y al que sus amigos le han pagado una noche con María Magdalena, cuando él la ve, se enamora perdidamente de ella, mira al cielo y le dice a su padre: “Lo siento, Padre, pero ni siquiera por La Magdalena”Es de una dramaturga muy joven y muy arriesgada, a mi fascina.
Mientras la escucho hablar, pienso que ya me ha destripado la función, pero todo sea por el amor.
Llegamos al teatro. Nos sentamos mientras un tipo con pinta estrafalaria nos entrega un dossier, perolas luces se apagan y no me da tiempo a ver nada más que la portada y el título de la obra “Ni siquiera por La Magdalena”. Enseguida escuchamos el rugido de una potente moto entrando en el escenario, al fondo un decorado con la entrada al portal de una casa de lujo. Sobre la Triumph, Nacho, con su cazadora de cuero negro y sus inseparables gafas de piloto que tantas veces me hicieron pensar en cosas extrañas en ese maldito ascensor que ha sido el culpable de todo. A partir de ahora subiré por las escaleras, que es buenísimo para el corazón y para la salud mental.
domingo, 11 de mayo de 2008
Ni siquiera por la Magdalena
Publicado por Klaus y Klaus en 14:00
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